Jorge Munnshe: Vocación y trayectoria profesional



Nací en 1965, en España. Mi afición por escribir se remonta tan atrás en el tiempo que no puedo recordar cuando comenzó. Mi relato más antiguo que conservo lo escribí a los 6 años de edad (de manera espontánea, sin que fuese un trabajo escolar).

Durante el resto de mi infancia, elaboré numerosos relatos, comics y artículos. Y por supuesto leí muchísimo.

A los 8 años de edad, me había convertido en una especie de niño prodigio que, entre otras cosas precoces para esa edad, devoraba textos destinados a adultos, incluyendo revistas científicas, novelas de ciencia-ficción (la primera me la leí en un solo día), y libros sobre ciencias espaciales.

En la escuela siempre se me dio bien escribir redacciones, y obtuve algunos premios y distinciones en el ámbito escolar.

Mi primera novela la empecé a los 12 años de edad y la acabé 4 años después; tenía 648 páginas.

A los 15 años de edad, ya tenía claro que el oficio que deseaba ejercer era el de escritor. Decidí que en cuanto tuviera más edad y experiencia haría todo lo posible por profesionalizar mi vocación, es decir ganar dinero escribiendo para así poder dedicar todo mi tiempo a esta actividad, para mí apasionante. El reto era difícil, y además por regla general jamás conté con apoyo dentro de mi familia, ya que mi vocación era vista como una rareza que no me conduciría a nada bueno. Sí tuve el pleno apoyo de algunos buenos amigos, sobre todo Manuel Montes Palacio, hoy también escritor, a quien conozco desde que ambos teníamos 6 años de edad.

En 1986, a los 21 años de edad, después de muchos años escribiendo sólo por vocación, y tras tres años intentando profesionalizar ésta y perfeccionando mi estilo, logré comenzar a publicar textos míos con cierta asiduidad en un fanzine y en una revista profesional.

La primera vez que visité la redacción de una revista profesional y la directora de la misma me dedicó unos elogios y me mostró complacida los fotolitos de mi primer artículo para la revista a punto de publicarse, sentí que una nueva etapa de mi vida comenzaba. Viniendo de esa mujer, su actitud positiva hacia mis escritos era alentadora por partida doble, ya que además de directora de la revista era una escritora publicada (concretamente especializada en escribir narrativa erótica, como supe después). De hecho, la editorial que publicaba esa revista también editaba revistas eróticas y hasta de contactos e incluso organizaba encuentros colectivos. Antes de mi primera visita a la redacción, yo no sabía nada de todo eso. Al ver en persona a mi interlocutora por vez primera y descubrir su gran atractivo físico, con su espectacular cabellera a lo Cleopatra y sus ojos hechizantes, y contemplar expuestas en recepción las otras revistas que editaba la empresa, entendí el motivo de su matización jocosa sobre nuestra cita cuando días antes quedamos para encontrarnos: "pero sólo para charlar...". Al conocerla mejor durante los años que siguieron, pude apreciar sus mejores cualidades, como por ejemplo su gran inteligencia, caracterizada entre otras cosas por su fácil dominio de varios idiomas y sus múltiples titulaciones en especialidades que van desde la psicología a la organización de empresas, su personalidad carismática y su formidable capacidad de trabajo. También me dio algunos consejos muy buenos que me ayudaron a progresar en el mundillo profesional de la escritura.

Poco a poco, la lista de revistas profesionales donde yo publicaba de manera habitual comenzó a crecer, y a incluir revistas de gran tirada, que pagaban tarifas considerablemente mayores por cada artículo, con lo cual vivir de la pluma ya no parecía una misión imposible.

También fueron momentos para mí muy importantes el ganar en 1990 el Primer Premio del certamen literario Alberto Magno de la Universidad del País Vasco (eso marcó un antes y un después en mi vida), la primera vez que uno de mis escritos fue artículo de portada en una revista, la primera vez que vi mi nombre como firma destacada en la portada de una revista de gran tirada, y la primera vez que vi anunciado por un canal de televisión con cobertura nacional el número de una revista que llevaba un artículo mío.

Al mismo tiempo que mi actividad se intensificaba, diversifiqué la manera de firmar mis escritos, firmando a veces con mis dos apellidos, o en otras ocasiones (lo más frecuente) con sólo el primero, escrito con alguna de sus varias grafías distintas. Mi apellido paterno, oriundo del norte de Cataluña, se pronuncia con la primera sílaba igual que en castellano, y la segunda del mismo modo en que se pronuncia en inglés la primera sílaba del nombre Gerald. En mi familia paterna se escribe oficialmente de varias maneras distintas (por ejemplo Munje y Montgé), incluso en casos de parentescos tan cercanos como el de hermanos. Durante la Guerra Civil Española (1936-39), se destruyeron archivos, y no está claro si existió en el pasado una forma mayoritaria de escribir este apellido tan poco común. Por otra parte, en mis escritos en catalán suelo sustituir "Jorge" por "Jordi", la versión catalana de ese nombre.

Tiempo después, comencé a usar también algunos seudónimos, que poco a poco han ido aumentando en número hasta llegar en la actualidad a 22.

En diversas ocasiones, me han ofrecido trabajar en exclusiva para determinadas revistas en las que ya colaboraba, pero he rechazado amablemente esas ofertas, a cambio de conservar mi libertad de escoger los proyectos que me interesen en cada momento.





ENSAYO Y DIVULGACIÓN

Una parte de mi actividad como escritor se centra en el ensayo y la divulgación. Escribo artículos casi siempre destinados a revistas de divulgación. Trabajo siempre con información de primera mano, y, si es necesario, visito en persona los lugares de interés y entrevisto a las personas implicadas. Procuro exponer los temas de un modo que despierten el interés de quienes me lean. Evito ofrecer una simple relación de datos, y apuesto por un planteamiento con ciertos toques literarios, que haga que el texto se lea con emoción, aunque nunca tergiverso los hechos. Si el tema se presta a ello, también incluyo a veces reflexiones personales, encaminadas a fomentar el debate, o a hacer meditar al lector sobre cuestiones poco evidentes a simple vista.

La mayoría de mis artículos pertenecen a dos grandes áreas temáticas. Una está centrada en el vertiginoso avance de la ciencia y la tecnología, las expectativas futuras de este fascinante (o inquietante) progreso, los enigmas con los que la ciencia se va topando o resuelve, y las consecuencias para el Ser Humano de todo ello. Dentro de esta área, tengo una predilección especial hacia las ciencias espaciales. La otra gran área temática se centra mayormente en la música de vanguardia.

En algunas ocasiones, he hecho trabajos de periodismo de investigación, mediante métodos como el de usar una grabadora oculta, y por supuesto bajo seudónimo, trabajos que por razones de seguridad no puedo detallar.

Casi siempre soy yo mismo quien se ocupa de buscar el material gráfico con el que ilustrar mis artículos. Junto con mi artículo, entrego en la redacción el material fotográfico que he conseguido de las instituciones o personas sobre cuya actividad hablo. A veces, al visitar lugares y eventos sobre los que escribir o personas a las que entrevistar, me acompaña algún fotógrafo, enviado por la editorial. Y en otras ocasiones yo mismo tomo fotos, o elaboro gráficos e ilustraciones.

Es evidente que el uso de la cámara de fotos, la grabadora o la videocámara puede entrañar riesgos en situaciones en las que las imágenes y sonidos se conviertan en pruebas de que alguien ha cometido actos delictivos o poco éticos. Pero a veces pueden también despertar recelos en otros ambientes, aunque por motivos distintos, y, hasta cierto punto comprensibles. La amenaza del espionaje industrial obliga a los centros de investigación tecnológica a extremar las medidas de seguridad, e incluso así puede haber filtraciones desde gente de dentro, ya sea de modo deliberado o por descuido.

Me temo que en una ocasión me topé con un caso de esta clase. Despidieron de forma fulminante a dos directivos de una empresa de alta tecnología con quienes había acordado reunirme escasos días antes. Y a la ejecutiva que me atendió en sustitución de ellos cuando visité la sede de la compañía la noté temerosa de dar más información de la debida sobre el proyecto del que yo iba a escribir. El clima de paranoia que flotaba en el edificio de la empresa se apreciaba en muchas más cosas que la presencia de videocámaras de vigilancia por todas partes. Desde respuestas evasivas o extremadamente cautelosas ante preguntas que a mí no me parecían peligrosas en absoluto, hasta documentos que se me podían mostrar pero que estaba prohibido fotografiar ni sacar de la sala, pasando por muchos otros detalles.

En otra ocasión, también percibí una clara tensión al hablar de detalles técnicos, sobre todo ante mi grabadora en marcha, en dos científicos jóvenes que parecían haber sido aleccionados sobre el peligro de mencionar de forma inadvertida durante la entrevista detalles técnicos sensibles sobre la invención que habían hecho en aquel laboratorio, supongo que por el obvio riesgo de que alguien les copiara la idea y lograra hacerse con una patente, o quién sabe si incluso ante el temor de que yo mismo pudiera ser un espía industrial actuando bajo la tapadera de mi labor como periodista científico.

Escribir sobre música de vanguardia, sobre todo de estilos electrónicos como la Música Cósmica (o Space Sequencer Music), el Ambient o el Tecno, pero también sobre otras corrientes arriesgadas o alternativas, me ha permitido zambullirme en los tipos de música que más me atraen. Desde que escuché por vez primera algunas obras de esa clase a los 12 años de edad, tuve claro que representaban en la música lo mismo que la ciencia-ficción formal en por ejemplo la literatura o el cine, o que la prospección futurista en la ciencia y la tecnología. Aunque diversos tipos de música convencional, como el Rock, me gustaban en mi más tierna infancia, y por ejemplo a los 8 años de edad acostumbraba a ponerme música clásica de fondo para hacer los deberes escolares, fue la música electrónica de sonoridades futuristas y siderales la que me caló más hondo. Como mero oyente primero, y años después escribiendo además sobre ella, esta música y otras corrientes vanguardistas me han acompañado desde entonces. No sólo escucho música por placer o para escribir sobre ella, sino que la pongo de fondo mientras redacto otros textos. Por ejemplo, en mi actividad literaria, la música es un estímulo poderoso que hace volar mi imaginación. Siempre, sin excepción, escucho música mientras escribo literatura, desde que a los 14 años de edad me acostumbré a trabajar de este modo.

Escribir desde mediados de los años ochenta sobre temas de vanguardia científica y tecnológica me ha permitido ser testigo cercano e inmediato de su rápido avance. Viviendo el día a día de ese progreso, he visto avanzar la ciencia "en directo". Algunos de mis artículos les parecieron a bastante gente altamente especulativos en su día. Por ejemplo, la primera vez que hablé de nanotecnología en la radio, el propio locutor me dio a entender a micrófono cerrado que el tema le había parecido más esotérico que científico, y hoy existen en España hasta departamentos de nanotecnología en universidades. Otros casos aún más claros son el de la telefonía móvil y el de internet: Todo lo que comenté en mis artículos "especulativos" de principios de los años noventa sobre el inmenso potencial futuro de ambas tecnologías, hoy es de Perogrullo. He observado muchas veces cómo algo que bastantes científicos aseguraban que era imposible, pasaba a ser posible años después. Ese es uno de los aspectos que más me fascinan de mi labor en el periodismo científico, poder observar de manera detallada el proceso por el que pequeñas parcelas de la ciencia-ficción se transmutan en hechos de la vida real.





LITERATURA

En la literatura, mis preferencias siempre han ido hacia la ciencia-ficción y el terror, aunque también he hecho incursiones en el drama, la intriga y el género policiaco. Mis temas favoritos a la hora de hacer literatura son más o menos los mismos que cuando escribo artículos.

De hecho, en no pocas ocasiones, el indagar sobre un determinado tema me ha hecho idear de manera espontánea un argumento para algún relato o novela. A menudo, la experiencia propia es el material que mejor inspira para crear una historia, debido a la obvia diferencia entre algo vivido y algo visto en una película o leído en una novela. Por ejemplo, en mi caso, ninguna de las películas que he visto sobre robots, o novelas que he leído sobre el tema, pese a haberme gustado mucho bastantes de ellas, me ha llegado tan hondo como la experiencia real de tener circulando a mi alrededor un robot explorador interplanetario auténtico, un prototipo previo de nada menos que el Sojourner que en 1997 aterrizó en Marte y se convirtió en el primer robot que exploró con éxito la superficie del planeta rojo.

Mi labor literaria se ha beneficiado mucho de la de divulgación científica, ya que gracias a ésta última he tenido acceso a lugares y personas idóneos para la preparación de un argumento de ciencia-ficción. En otras palabras, he logrado meter las narices en cosas que habrían estado fuera de mi alcance si sólo hubiera esgrimido mi interés en ambientarme para escribir una historia de ciencia-ficción.

Por ejemplo, para escribir una narración sobre una biosfera artificial, ¿qué mejor estímulo creativo que visitar una? Así lo hice al pasear por las impresionantes instalaciones del proyecto MELIiSSA (Micro-Ecological Life Support System Alternative) de la Agencia Espacial Europea. Aún recuerdo la fascinación que me causó contemplar el biorreactor principal, con sus finísimas burbujas que parecían puntitos de luz áureos ascendiendo hacia la parte superior, y asumir que el complejo era lo más parecido a un corazón bombeando sangre, ya que aquella biosfera basada en microorganismos podía obrar el "milagro" de mantener con vida a los astronautas en el espacio.

Muchas son las experiencias directas de esta clase que han logrado impresionarme.

Por ejemplo, aún recuerdo con todas las emociones que la experiencia despertó en mí, la primera visita que hice a unas instalaciones del Centro Nacional de Microelectrónica, en España, con su Sala Blanca y otras áreas dignas de una película de ciencia-ficción.

O la extraña sensación de estar viviendo la transformación en hecho real de una parcela de la ciencia-ficción cuando probé yo mismo en un laboratorio uno de los primeros sistemas de reconocimiento informático inteligente de voz, para darle órdenes verbales a un ordenador, y éste me entendió y obedeció, anecdóticamente mejor que al propio científico al frente del proyecto, según éste me comentó.

O la mezcla de fascinación e inquietud que me produjo pasear por las instalaciones de un laboratorio de ingeniería genética, al ser consciente de que allí se trabajaba con la vida como materia prima y se la modificaba a conveniencia.

O también, por qué no admitirlo, la intranquilidad y el repelús de estar dentro de un centro de investigación de virus peligrosos. Yo y el científico a quien entrevisté estábamos sentados en una salita de la zona de riesgo cero, pero a unos cinco metros estaba la compuerta que comunicaba entre la zona de riesgo cero y la de riesgo leve. La aparatosa compuerta metálica, con volante incluido, permanecía abierta todo el rato, para mayor comodidad de los virólogos y virólogas que entraban y salían indolentes con su vasito de café. Ya me imaginaba que a efectos prácticos la zona de riesgo leve, pese a su amedrentadora compuerta y al cartel aún más intimidatorio de alerta biológica que ostentaba, era a efectos prácticos de riesgo cero, y que en zonas más internas con niveles de riesgo crecientes sí se mantendrían cerradas de manera escrupulosa esas compuertas. Pero ciertamente daban ganas de decirles "¡Cierren la puerta al salir!", o casi mejor de proponerle al científico seguir la entrevista en un lugar más acogedor, lejos de edificio. El pensamiento obvio, al dejar volar la imaginación, era: "¿Qué pasa si empieza a sonar la alarma de escape de contaminación biológica? ¿Me quedaré encerrado aquí en cuarentena con los demás, como en las películas de guerra biológica?"

Las entrevistas a científicos en despachos convencionales también me han servido para mi actividad literaria, ya que tras hacerles las preguntas ortodoxas destinadas a mi artículo, a menudo he aprovechado la ocasión para formularles preguntas del tipo que constituye la base de las ideas especulativas de la ciencia-ficción, las arquetípicas preguntas prospectivas que comienzan con "¿Qué pasaría si..."





RADIONOVELA, FOTONOVELA Y CINE

Hice de coguionista, director, y actor en radionovelas, de terror y ciencia-ficción mayormente, pero también alguna policiaca y de drama, que grabábamos un grupo de aficionados y que nunca llegaron a radiarse. Quizá algún día nos animamos y las colgamos en internet.

También hice de coguionista y actor en algunas fotonovelas breves, la mayoría de terror, que se publicaron en un fanzine.

Asimismo, hice de actor, y escribí una pequeña aportación al guión, en una película de ciencia-ficción. Ésta era amateur, aunque más por el presupuesto (nadie cobraba nada por su trabajo) que por el esfuerzo, ya que la película poseía un nivel profesional en muchos aspectos.

Una treintena de personas formábamos el equipo. La mayoría éramos actores y actrices. Se hizo un casting y no todos los que se presentaron fueron aceptados. Recuerdo que algunos de los candidatos estaban muy nerviosos. Está claro que un casting, sea para una película profesional o para una amateur, provoca mucho nerviosismo. Entre los seleccionados que aparecieron en la película, había actores y actrices de todas las edades. Quienes eran de edad madura interpretaban a los personajes maduros. Adicionalmente, a algunos jóvenes se les caracterizó para que pareciesen de más edad. Todos tuvimos que aprendernos bien los diálogos y ensayar.

El director y productor, que ha hecho trabajos profesionales, fue también el guionista principal. Dos actrices, una de ellas la esposa del director, también ejercieron de maquilladoras. La madre del director confeccionó el vestuario de los personajes. El director y otro se ocuparon de los efectos especiales y de otros aspectos técnicos del rodaje. Un compositor realizó la banda sonora.

El papel que yo interpreté era el del sujeto malvado que no lo es del todo y que al final acaba ayudando a los buenos contra un malvado peor. Tuve escenas de acción, como una pelea, una persecución y mi amotinamiento contra mi superior.

La película se rodó íntegramente en un plató habilitado en el garaje de la casa del director en una urbanización. El plató era pequeño, pero estaba bien acondicionado. Nada menos que 30 fluorescentes proporcionaban la luz necesaria para una buena calidad de imagen. Algunos elementos del decorado eran físicos, pero el resto fueron realizados de modo digital y añadidos a cada escena.

En el plató solía haber mucha gente durante las sesiones de rodaje. Dependiendo de las escenas que tocase rodar, se necesitaba a unas u otras personas. Pero la presencia de quienes no tuvieran rodaje ese día era útil por si convenía rodar alguna escena no prevista a causa de cualquier problema que imposibilitara o dificultase rodar alguna de las que estaban programadas. Además, se recurría bastante al uso de extras para dar mayor realismo a las escenas, de modo que, en un momento dado, algún actor o actriz podía hacer un segundo papel como extra si aparecía de espaldas o lejos, vistiendo otra indumentaria si era el caso.

Aunque quienes actuábamos conocíamos nuestros papeles, el director daba instrucciones adicionales y muy detalladas de cómo había que actuar en cada escena, qué cosas debíamos evitar, y otras cuestiones prácticas que son difíciles de prever en un guión y que se presentan en el momento de rodar. Como todos los directores de cine, a veces era un poco despótico, pero en el fondo convenía que lo fuese porque controlar a un grupo amplio de personas en un plató no es fácil sin ser autoritario. Normalmente, hacía entre dos y cuatro tomas de cada escena, aunque en alguna ocasión hizo más si no daban el resultado que él esperaba.

Una vez terminada la película, se estrenó en un local alquilado para la ocasión. Se hicieron tres pases en sesión continua. Los invitados a la proyección sumamos cerca de doscientas personas, entre quienes participamos y familiares y amigos nuestros.

Guardo muy buen recuerdo de aquel rodaje, como supongo que lo tiene la mayoría de quienes participaron. Y fue pródigo en anécdotas. La primera, y más evidente, es que el director tuvo que advertir a sus vecinos de que iba a rodar una película en su garaje, para evitar alarmas infundadas debido a los gritos que salían del plató durante las escenas de acción. Esos gritos alcanzaron su paroxismo en una ocasión en que el director insistía en que un actor emitiera con más fuerza su alarido, ante la extrañeza de todos los demás que casi teníamos que taparnos los oídos, hasta que el director se percató de que el volumen sonoro verdadero no era el que le llegaba a sus auriculares porque había desconectado la toma del micrófono.

Por supuesto, hubo muchas tomas falsas, mayormente causadas por situaciones en las que no se actuaba con el dramatismo o ímpetu que las secuencias de más acción exigían. Yo mismo estuve a punto de protagonizar una, pero en el polo opuesto de las de esa clase. En una escena de acción, quise ser tan convincente corriendo que se me acabó el plató antes de que pudiera frenar y casi impacté contra unos focos.

La anécdota más hermosa es que alguna que otra pareja se formó gracias a la película. Una de las actrices y el compositor, que se conocieron en el rodaje, se hicieron novios. Un actor y una actriz flirtearon muchísimo durante el rodaje y creo que acabaron teniendo una aventura.





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