LA
PRESENCIA HUMANA EN LA LUNAEntre mis recuerdos más lejanos de la infancia, destaca el de contemplar un firmamento abarrotado de estrellas las noches despejadas de verano desde el jardín de mi casa.
Ese panorama espectacular era posible gracias a la escasa contaminación lumínica de la época en la zona donde vivía.
La Luna, por supuesto, tenía un papel protagonista en ese paisaje.
Por eso, debido a estar familiarizado con ella, cuando a los cuatro años de edad, en 1969, contemplé las imágenes televisivas de la llegada del Ser Humano a la Luna, no sólo me sentí fascinado de que alguien pudiera pasearse por ese exótico lugar del cielo, sino que fui consciente, pese a mi corta edad, de la trascendencia histórica de aquel viaje. Asumí que algún día habría personas que también viajarían hasta los demás puntitos de luz, mucho más lejanos, y que acaso yo mismo lo haría.
Ese progreso de los viajes espaciales tripulados no fue
tan rápido como
yo esperaba, y a los ocho años de edad ya tenía claro que nadie de mi
generación viajaría a otros sistemas solares, y que sólo unas pocas
personas en todo el mundo podían optar al oficio de astronauta.Me conformé con escribir sobre la exploración del cosmos, aunando así mi vocación de escritor con mi pasión hacia esa temática.
Y tuve ocasión de escribir sobre la gesta del Apolo-11 en diversas ocasiones, como por ejemplo elaborando el artículo central a doble página que se publicó en el diario El País con motivo del 25 aniversario del viaje.
A uno de los astronautas del Apolo-11, Buzz Aldrin, le conocí en persona. En una ocasión, coincidimos en una fiesta de gente del sector espacial, en la que éramos un centenar de personas, la mayoría de agencias espaciales, incluyendo algunos astronautas. Vaso de refresco en mano, me uní por unos minutos al corrillo de tres o cuatro personas que conversaban con él.
Texto: Jorge Munnshe
Fotos: NASA