CAPÍTULO 2


Entre las dos y las cuatro de la madrugada llegan a mi conocimiento nuevas anomalías técnicas: falsas alarmas de diversa clase, un par de cortocircuitos detectados por el sistema anti-incendios en las plantas 25 y 26, una bajada de tensión en los letreros electrónicos, y el paro de tres de los ventiladores encargados de propagar el aire fresco en las dependencias subterráneas.

Sospecho que todos esos problemas están provocados por una acción saboteadora común. Sin embargo, mi hipótesis no es compartida por ninguno de mis compañeros, a excepción de Keiko, amiga íntima, quien, imagino, no lo hace por convicción profesional sino por lealtad personal. Como jefe del turno de noche y segundo en el mando, y en ausencia de mi superior el comisario Yukio Hori que no entrará de servicio hasta la mañana, ordeno abrir una investigación policial que yo mismo encabezo.

Los expertos en el sistema informático que rige las funciones del edificio se ocupan, a petición mía, de llevar a cabo con carácter urgente un detallado examen de éste. La conclusión me llega hora y media más tarde:

--¿Takashi Hanayanagi? Estaba usted en lo cierto. Hemos encontrado alteraciones de programación que parecen deberse a una corrupción inexplicable del software, o bien a la introducción de un virus informático.

Entretanto, diversos ascensores dejan de funcionar. Varios de ellos lo hacen con gente dentro, que puede salir cuando estos descienden al vestíbulo mediante el sistema de seguridad mecánico que se activa en caso de avería.

Por consejo de los expertos de sistema, los operadores del equipamiento del edificio pasan a control manual las funciones aquejadas por anomalías.

No puedo evitar pensar que el hecho de que Horizonte sea un "edificio inteligente" puede acarrear inconvenientes quizá tan notables como las ventajas derivadas de ello. Infinidad de operaciones son gestionadas de manera automática por el sistema informático central, es decir que si éste es manipulado con fines malignos, el daño causado se multiplica en la misma medida que los beneficios potenciales.

Tampoco puedo evitar el temor de que esta intrusión informática sea indicio de un atentado contra Horizonte. En los últimos treinta años, Tokio y otras grandes zonas metropolitanas han sufrido terribles actos terroristas, perpetrados por organizaciones mafiosas, clanes de narcos, grupos paramilitares y alguna que otra secta. Por ejemplo, una plaga de garrapatas y otros parásitos generada en viveros clandestinos que afectó a veinte mil personas, el envenenamiento con Plutonio-248 de la red de distribución de agua potable de una ciudad, y varias campañas de distribución aleatoria de cartas-bomba como impresos de propaganda. Desde que a fines del siglo veinte hubo atentados con gas tóxico en el metro, estos actos de violencia son cada vez más sofisticados tecnológicamente, y por tanto suponen un peligro mayor.

Avisado de los incidentes, el comisario Hori no parece mostrarse muy partidario de mi teoría del sabotaje, atribuyéndolos a fallos informáticos más o menos explicables, o bien a la gamberrada de un cracker.

A pesar de ello, me autoriza a que prosiga mi investigación.

Inicio diversas pesquisas. Una de las computadoras de la comisaría efectúa un análisis de las filmaciones que recogen las entradas y salidas de gente en Horizonte durante los últimos cinco años, con el objetivo de buscar posibles individuos sospechosos, sean visitantes ocasionales, trabajadores o residentes. El ordenador identifica de manera visual a cada persona, accede a sus datos disponibles en el Censo Mundial, y valora esa información y las circunstancias de su presencia en Horizonte determinando la existencia o no de indicios que resulten sospechosos para su actividad en el edificio. Como resultado, aparece una lista de catorce posibles candidatos. Cinco de ellos viven y trabajan aquí, uno sólo trabaja, y el resto se han alojado en el complejo hotelero varias veces estando ahora presentes todos menos tres. Dispongo que sean espiados.

Entretanto, dirijo detalladas inspecciones en los lugares más vulnerables del edificio. Mi amiga Keiko y yo detectamos un recambio con peso superior al normal en un compartimiento redundante. Lo examinamos y descubrimos que se trata de un dispositivo explosivo camuflado activable mediante una señal remota, que dañará la plataforma de suspensión hidráulica del módulo C asentada bajo el vestíbulo.

Con tan siniestro hallazgo, ahora ya es evidente hasta para el comisario que no somos víctimas de una simple gamberrada sino de un atentado en toda regla. Se toman las medidas oportunas, entre ellas desalojar las oficinas situadas encima de la zona donde hemos hallado la bomba, desactivar ésta con éxito, y enviar a casi todos los agentes disponibles a rastrear las zonas del edificio más vulnerables estructuralmente a una explosión combinada de varias bombas.

Nuestra dotación completa asciende a veinticinco policías, un número que siempre me ha parecido bajo para un edificio tan grande, pese a lo sofisticado de sus sistemas automáticos de seguridad. Insisto en que solicitemos refuerzos, petición que al fin se realiza. No obstante, la central de Tokio nos advierte que tardarán un par de horas en llegar, debido a que "hay pocos efectivos libres" y quizá porque se infravalora el alcance del atentado, ya que muchos lo consideran un sabotaje contra la sede de la multinacional ubicada en la planta 1 justo encima del emplazamiento de la bomba, una empresa que es muy impopular entre ciertos sectores integristas islámicos.



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