CAPÍTULO 1


Margot Kreuzer tomó de la mesilla el retrato familiar enmarcado. En él aparecía ella misma a los tres años, acompañada de sus padres. Ambos estaban muertos. Karin, su madre, falleció de cáncer hacía dos años. Werner, su padre, se suicidó un año después de posar para la foto.

La muerte, a los treinta y dos años de edad, del teniente Werner Kreuzer, estuvo envuelta en un gran misterio. La cuestión clave era qué motivos podía tener para desear morir aquel joven brillante que se había labrado un magnífico porvenir al servicio del estado en la República Democrática Alemana.

Margot creció con el enigma siempre presente de un modo u otro en la vida familiar. La detención y ejecución, prácticamente en secreto, de su tío paterno Andreas por traidor al régimen, no mucho después del suicidio de su padre, también contribuyó a tejer en los recuerdos de Margot una aureola nefasta inherente a la era de las dos Alemanias, y en especial a su infancia. Cuando por fin cayó el muro de Berlín y dejó de permanecer bajo la sombra comunista, se sintió renacer, a pesar de que por entonces ya tenía su vida construida, siendo doctora en física subatómica, y estando casada.

Sus relaciones de pareja no marcharon bien. Ahora ya llevaba cuatro años divorciada. No tenía hijos ni hermanos. Vivía sola. No se relacionaba apenas con sus parientes. Carecía de amistades íntimas. Había compensado el vacío de su vida personal entregándose por completo a su vocación científica, lo que le supuso cosechar éxitos que le reportaron prestigio internacional. O acaso esa entrega era la causa de su soledad.

En estas cuestiones meditaba Margot contemplando la fotografía familiar. Por fin, la dejó en su sitio y se dirigió al laboratorio instalado en el sótano de su casa. Esta era la vivienda donde sus padres se establecieron al casarse y donde ella creció. Se instaló de nuevo aquí tras la muerte de su madre.

Tal vez la combinación de todas sus circunstancias personales había potenciado en Margot su fijación hacia el suicidio de su padre. Lejos de enterrar en el pasado el funesto acontecimiento, siempre le daba vueltas.

Mucho tiempo había transcurrido desde aquel 29 de Julio de 1967. Toda huella material en el lugar de los hechos restaba borrada desde hacía largos años. La moderna criminología tecnológica no podía rescatar ningún indicio que pudiese esclarecer el suicidio. Sin embargo, Margot guardaba la esperanza de que, si sus particulares teorías sobre el Campo Tau-Lambda y el concepto de la Zero Point Energy eran correctas, sería factible recobrar una especie de negativo fotográfico correspondiente al instante de la muerte de su padre. El Campo Tau-Lambda constituía un controvertido concepto acerca de la perdurabilidad en forma de ciertas partículas, de la energía procedente de la actividad eléctrica del cerebro. Según las hipótesis al respecto en que se basaba Margot, los lugares con mayor acumulación de partículas susceptibles de formar un campo Tau-Lambda son aquellos donde más tiempo ha permanecido una persona determinada, o bien donde ha muerto, en especial si sus vivencias o su fallecimiento han sido violentos, con fuerte generación de impulsos eléctricos cerebrales.

Margot era consciente del alto grado especulativo de las teorías en que cimentaba su investigación. Manifestar de manera abierta qué objetivos perseguía, la habría descalificado ante la comunidad científica. Por eso había disfrazado sus experimentos bajo otros móviles más mundanos.

Las autoridades locales de Berlín le concedieron en su momento los permisos correspondientes para tender un cable de 170 metros que enlazaba la casa donde su padre vivió, con el antiguo cuartel militar donde murió. Este era ya un edificio abandonado que pronto sería derruido para construir en su lugar un centro comercial o un bloque de oficinas. El cable respondía supuestamente a un experimento sobre electricidad estática. Hecho de fibra óptica, establecería ciertos contactos energéticos mediante fotones, con el resultado teórico de que las partículas residuales emitidas en la muerte de su padre se reunirían en el laboratorio con las desprendidas por él en vida.

El sótano estaba presidido por una máquina no muy distinta de un acelerador de partículas. Diverso instrumental asociado se distribuía por toda la sala. El equipo, aunque sofisticado, no era nada que no estuviera al alcance del laboratorio de física de cualquier universidad modesta. Lo innovador era el experimento en sí mismo.

Revisó por última vez los ajustes de cada componente del sistema.

Activó la unidad central del generador. Los colectores esparcidos por la casa y los distribuidos en el cuartel comenzaron a funcionar.

Ahora sólo quedaba esperar. Si había algún resultado, éste no se produciría hasta dentro de unas horas.

A mediodía, Margot comió, sin abandonar el laboratorio. La tarde transcurrió sin novedad. No le era posible detectar si las escurridizas partículas Tau-Lambda circulaban ya por en el interior del anillo de contención, pero de ser así, su crecimiento podía originar un campo Tau-Lambda, manifestable a través de varios fenómenos físicos.




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