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El cambio climático y la producción
humana de dióxido de carbono parecen fenómenos plenamente relacionados.
Si queremos apaciguar ese peligroso cambio en el clima, quizá debamos
detener las fuentes de emisión de este gas invernadero, pero ello podría
conllevar al mismo tiempo un caos económico y energético sin
precedentes, dada nuestra dependiencia de los combustibles fósiles.
En los últimos tiempos, diversas estrategias para
atrapar y mantener inmovilizado el dióxido de carbono han ganado peso
como vías para combatir el cambio climático, o incluso como una solución
que permita seguir usando sin restricciones los combustibles fósiles
durante muchas décadas, hasta que energías alternativas como la solar
resulten más baratas.
En efecto, mientras que la
energía solar y los automóviles híbridos se han convertido en símbolos
populares de la tecnología verde, algunos científicos están explorando
la seguridad de otro camino para disminuir las emisiones de dióxido de
carbono, principal gas de efecto invernadero que produce el
calentamiento global. La operación de captura del carbono en varias de
sus formas, y su almacenamiento, operación también llamada secuestro de
carbono, atrapa el CO2 después de producido y lo
inyecta en el subsuelo. El gas nunca entrará en
la atmósfera, o al menos eso es lo que sostienen los defensores de esta
estrategia. Si se pone en práctica de manera sistemática, podría
transformar las grandes fuentes de emisión de carbono, como las
centrales eléctricas alimentadas por carbón, en máquinas relativamente
limpias en lo que se refiere a polución capaz de contribuir al
calentamiento global.
Cuanto más pronto nos deshabituemos a los combustibles fósiles, más
pronto seremos capaces de afrontar el problema del clima. Pero la idea
de poder independizarnos rápidamente de los combustibles fósiles es poco
realista a juicio de muchos expertos. Dependemos de los combustibles
fósiles, y una buena opción sería encontrar formas de usarlos que no
creen problemas para el clima.
La captura de carbono tiene el potencial de reducir más del 90 por
ciento de las emisiones de ciertas fuentes que lo emiten. Las
instalaciones estacionarias que queman combustibles fósiles, como las
plantas generadoras de energía eléctrica o las fábricas de cemento,
serían candidatas para la aplicación de este enfoque tecnológico.
En cambio, capturar el dióxido de carbono de pequeñas fuentes móviles,
como los automóviles, sería más difícil. Pero como las centrales
eléctricas que consumen combustibles fósiles son responsables del 40 por
ciento de las emisiones mundiales de carbono procedente de tales
combustibles fósiles, las reducciones potenciales tendrían efectos
positivos significativos.
No sólo puede capturarse mucho dióxido de carbono, sino que la capacidad
de la Tierra para almacenarlo es también inmensa según el Panel
Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en
inglés).
Si todas las emisiones producidas por los humanos fueran secuestradas,
existiría suficiente capacidad para acomodar más de 100 años de
emisiones, según ha afirmado Sally Benson, coordinadora de la sección
del IPCC sobre el almacenamiento geológico subterráneo, directora
ejecutiva del Proyecto de Energía Global y Clima (GCEP por sus siglas en
inglés), y profesora de ingeniería en recursos energéticos de la
Universidad de Stanford.
Como los combustibles fósiles suministran el 85 por ciento de la energía
consumida en el mundo, y su uso se incrementa con notable rapidez debido
al crecimiento de los países en desarrollo, como China e India, la
necesidad de encontrar soluciones para frenar las emisiones de carbono
se hace más crucial aún.
Las mejores opciones actuales para el almacenamiento son las basadas en
el secuestro geológico, es decir el almacenamiento en viejos yacimientos
petrolíferos que ya han visto acabada su mejor época, los depósitos de
gas natural, los acuíferos salinos profundos y las vetas de carbón no
explotables, a profundidades en el subsuelo que van desde varios cientos
de metros hasta algunos miles.
El dióxido de carbono se bombea hacia el interior de la tierra a través
de los pozos, como los utilizados para extraer petróleo, y se disuelve o
dispersa en el depósito.
Las ubicaciones viables deben tener una capa de rocas impermeables sobre
el depósito, en forma como de cuenco invertido,
que atrape el gas y le impida escapar.
La meta de secuestrar el carbono es guardarlo de manera "permanente" (a
muy largo plazo, durante períodos geológicos de tiempo).
La mayor preocupación sobre el almacenamiento del dióxido de carbono es
la de los escapes potenciales. Los estudios han demostrado que los
escapes, si es que ocurren, serían insignificantes. El IPCC informó que
se alcanzaría una retención del 99 por ciento del dióxido de carbono
almacenado, "muy probable" a cien años vista, y "probable" a mil años
vista.
De gran preocupación para los investigadores, son los riesgos
potenciales que el secuestro del carbono tiene para la salud humana,
principalmente a través de la asfixia provocada por escapes, y la
contaminación de las aguas subterráneas a causa de filtraciones.
Los estudios realizados que se esgrimen como argumento a favor de la
aplicación masiva de esta estrategia, señalan que la amenaza de asfixia,
que se produce por cuanto el dióxido de carbono es capaz de desplazar al
oxígeno, es muy baja, por la baja probabilidad de que se desencadene un
escape rápido que cause ese problema.
Beber agua contaminada es el peligro más probable. Por ejemplo, si de
algún modo el dióxido de carbono entra en las aguas subterráneas, puede
aumentar la acidez del agua, con la posibilidad de que se disuelvan
sustancias químicas tóxicas, que normalmente no representarían una
amenaza tan grave, como por ejemplo el plomo, pasando desde las rocas al
agua.
Por todo lo anterior, es necesario seleccionar con el máximo cuidado las
ubicaciones de almacenamiento de CO2 para que no se presenten escapes, y
hacer un buen trabajo de diseño de los sistemas de inyección, así como
prestar atención a dónde está yendo a parar realmente el dióxido de
carbono.
Si bien el conocimiento técnico adecuado de los riesgos ya puede
permitir mejores prácticas, los expertos que analizan la viabilidad de
la estrategia también hacen hincapié en la necesidad de una buena
gestión que vele por el estricto cumplimiento de todos los
procedimientos y protocolos necesarios.
Sally Benson, la coordinadora de la sección del IPCC sobre
almacenamiento geológico subterráneo, señala una tecnología familiar
como un modelo para reflexionar sobre los riesgos que se afrontan: "A
menudo nos preguntan: ¿el almacenamiento geológico es seguro? Es una
pregunta muy difícil de responder. ¿Conducir un automóvil es seguro?
Podemos responder que sí o que no, pero debemos también plantearnos ¿qué
es lo que hace que conducir un automóvil sea algo que deseamos hacer?
Tenemos a los fabricantes construyendo buenos automóviles, tenemos
autoescuelas, no se permite conducir a los niños, hay leyes contra
quienes conducen habiendo consumido bebidas alcohólicas... Hemos creado
un sistema completo para asegurar que esa actividad sea segura".
Mientras el debate sigue caldeándose, los ingenieros ya tienen más de
tres décadas de experiencia introduciendo dióxido de carbono en los
yacimientos petrolíferos, donde aumenta la producción haciendo que el
petróleo existente fluya con mayor facilidad. Esto da a los partidarios
del secuestro geológico la confianza de que se sabrá taladrar
debidamente los pozos, introducir sin problemas el dióxido de carbono y
predecir lo qué pasará cuando se acumule allí abajo.
Actualmente, tres proyectos a escala industrial están bombeando millones
de toneladas de dióxido de carbono en la tierra cada año. Dos de ellos
representan los primeros esfuerzos para el almacenamiento en acuíferos
salinos profundos.
Un equipo de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, también ha
comenzado a investigar el almacenamiento profundo del dióxido de carbono
en capas de carbón mineral. Éste forma enlaces químicos con el dióxido
de carbono, haciendo el método potencialmente más seguro que otros,
según los especialistas que defienden su validez.
Aún mejor, el proceso puede librar gas natural que se asienta en la
superficie del carbón. El gas natural es un combustible fósil
relativamente limpio que puede quemarse entonces en lugar del carbón,
como defiende Mark Zoback, profesor de geofísica en la Universidad de
Stanford e investigador en un proyecto de almacenamiento de CO2 en
carbón.
Los detractores del secuestro geológico del carbono argumentan que la
tecnología desviará la atención de las investigaciones sobre las
opciones de energías limpias a largo plazo, tales como las energías
renovables. Peor aún, temen que prolongue el uso de los combustibles
fósiles.
No obstante, muchos de los partidarios del secuestro geológico de
carbono enfatizan continuamente la necesidad de adoptar otras
tecnologías además del secuestro del carbono, subrayando que esa
estrategia para almacenar dióxido de carbono es sólo una tecnología
puente destinada a ganar más tiempo con el fin de mejorar hasta niveles
razonables las alternativas a los combustibles fósiles. |