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Los misterios del universo, de la
vida y de la mente son contemplados de muy distinta manera por las
religiones del mundo, a menudo incluso de forma contradictoria. La
Ciencia hace su propia aportación al respecto y se prepara para tener a
punto respuestas más precisas para cuando llegue el momento de nuestra
expansión por el Cosmos.
La búsqueda de inteligencia extraterrestre, no siempre apreciada en
ciertos ámbitos (sobre todo políticos), ha tenido al menos la enorme
virtud de hacernos pensar en nosotros mismos. No es, por supuesto, que
no lo hayamos hecho antes, pero en ocasiones ha sido muy difícil dar
respuestas definitivas a nuestras mayores dudas existenciales, y sin
duda, un punto de vista externo podría ayudarnos a ello.
Así, si en algún cercano o remoto momento de nuestra existencia
entrásemos en contacto con alguna entidad procedente del espacio
exterior, ¿seríamos capaces de contestar con desahogo a algunas de las
preguntas fundamentales que puedan llegar a plantearnos? Y si esos seres
se comunicaran con nosotros desde la distancia y se limitaran a
hablarnos sobre ellos y sobre su civilización, ¿cuánto se parecerían sus
“respuestas” a las nuestras?
Es probable que estas “respuestas”, ampliamente discutidas desde tiempos
inmemoriales por las religiones más importantes, choquen frontalmente
con las revelaciones de los “hermanos espaciales”. La razón es que
pueden estar hablando de lo mismo pero desde un punto de vista
radicalmente distinto, quizá incomprensible para nosotros.
Ante este dilema, la única herramienta objetiva de la que dispone el
Hombre es la Ciencia. Sin premisas de infalibilidad cuando el
conocimiento no es sino una visión parcial de un todo mucho más complejo
y extenso, la Ciencia parece la única preparada para generar un modelo
existencial compatible con otras o todas las civilizaciones del
universo, aunque quizá tarde en dar forma a este modelo o no llegue a
lograrlo nunca (“nunca” equivaldría aquí a “demasiado tarde”).
Es obvio que ante la recepción de un mensaje “revelador” procedente de
las profundidades del Cosmos, la Humanidad no tendrá otro remedio que
utilizar la Ciencia para comprobar su verosimilitud. “Creer” simplemente
sería algo injustificable en una era moderna como la nuestra. Pero si
haríamos esto con un mensaje externo, ¿por qué no hacer lo mismo aquí
mismo, en la Tierra? Sin caer en el extremo de la utilización de
técnicas SETI para ver si existe o no vida inteligente en el Congreso
norteamericano (algunos lo dudan), o por extensión en el resto de
nuestro planeta, es posible comparar qué opinan la Ciencia y las
religiones mayoritarias sobre algunos de estos interrogantes que hemos
venido a denominar existenciales.
No es éste un trabajo nuevo. El astrónomo Jacques P. Vallée, del SETI
Research, un canadiense al que le encanta pensar tanto hacia afuera como
hacia adentro, publicó un artículo al respecto en 1996. Su texto se
inicia con una cita muy acertada de A.G. Barten, otro astrónomo
canadiense: “La cuestión de cómo se formó el universo no puede ser
separada de otras mucho más interesantes, como por ejemplo si lo hizo
para servir a algún propósito concreto, o cuál puede (o debe) ser
nuestra relación con él”.
Mientras que la Ciencia se ha empeñado históricamente en responder a la
primera pregunta, las religiones han intentado casi siempre hacer lo
propio con las otras dos. El resultado es que aunque la Ciencia podría
ser capaz de argumentar sus hallazgos con respecto al origen del
universo frente a un tribunal “cósmico” (si es que algún día logra
desgranar y demostrar toda la verdad y no sólo fragmentos incompletos de
la misma), las religiones, en tanto que en su diversidad proporcionan
respuestas distintas y a menudo contrapuestas, tendrían con su
inmovilismo grandes dificultades a la hora de combatir otros modelos
existenciales proporcionados por seres extraterrestres, probablemente
tan lícitos como el que más.
Para ilustrar esto último, basta hacer, como decíamos, una comparación
de las respuestas proporcionadas por las religiones a ciertas preguntas
y ver después qué dice la Ciencia al respecto. Por supuesto, no es que
ésta sea un ente privilegiado (al fin y al cabo, ambas facciones tienen
el mismo origen: la mente humana). Simplemente, ocurre que ante cada
paso que da, su horizonte y su campo de acción se amplían, poniendo de
manifiesto aspectos distintos de un mismo problema que pueden llevar a
conclusiones nuevas y más realistas. Y aunque estas conclusiones puedan
resultar válidas sólo temporalmente y después demuestren ser
incompletas, siempre serán consideradas objetivas, ya que su raíz es la
acumulación de conocimientos, y no dependen de la irracionalidad o los
matices lingüísticos.
EL UNIVERSO
Empezaremos con lo más grande, el Todo. Pero antes digamos que la
clasificación de las respuestas proporcionadas por las religiones a las
diversas preguntas existenciales, según Vallée, no implica en absoluto
una clasificación de las propias teologías.
Así pues, sobre el origen del universo, los budistas creen que éste es
algo totalmente ilusorio, y que por tanto no existe como tal. No es algo
palpable que haya tenido un principio o una existencia que le lleve
hacia algún lado. Los hinduistas, en cambio, creen que el universo es
cíclico, sin final, y que cada uno de estos ciclos, pasando por una
continua creación y destrucción, dura unos 4.000 millones de años. De
manera similar, los confucianistas opinan que el universo se mueve en
ciclos más cortos (ying y yang), cuya duración es de apenas 1 año, sin
que por ello deba inferirse la existencia de una creación o destrucción
anual.
Refiriéndose a la visión clásica cristiana y judía del problema, Vallée
la engloba diciendo que según ella el universo fue creado hace 4.000
años, aunque eso no quiere decir que esté evolucionando. En el Islam, el
universo también fue creado, y además ordenado, y no tiene evolución
aparente.
¿Qué dice la Ciencia al respecto? Pues que, hasta que se demuestre lo
contrario, el universo actual se creó y está en expansión (algo que
ninguna religión menciona, quizá porqué no es algo inmediatamente lógico
ni evidente). Por supuesto, no es ésta la única teoría sobre su origen y
morfología. Se han propuesto universos paralelos, universos cíclicos que
pasan del Big Bang al Big Crunch... Pero la explicación más aceptada
sigue siendo la que ve al universo gobernado por la gravedad,
expandiéndose indefinidamente (enfriándose) si no hay bastante materia
para frenarlo. Ultimamente se habla además de energía oscura y de
expansión acelerada. Hubble descubrió que las galaxias se alejaban las
unas de las otras en los años 20, y que el “Gran Estallido” debió
ocurrir hará unos 10.000 ó 15.000 millones de años. La Ciencia ha ido
más allá aún y ha descrito los constituyentes principales de la materia
que compone el universo (el átomo y las partículas subatómicas), aunque
aún no está segura de cuál será su evolución futura y si hubo algo antes
del mencionado Big Bang, donde las condiciones que reinaban eran
incompatibles con la física que conocemos y por tanto no podemos
simularlas ni describirlas.
En cuanto a las interacciones humanas con el universo, los budistas
creen que el Hombre debería evitar todo deseo, incluyendo, claro está,
saber nada acerca de él. En el Islam, la Humanidad debe limitarse a
aceptarlo como es. No tiene por tanto sentido intentar conocerlo si Dios
se encarga de gobernarlo. Los hinduistas prefieren tener una relación
estrecha con él ya que creen que pueden contribuir a su mantenimiento.
Ello se realizaría mediante actos rituales. Los confucianistas tienen
una inclinación semejante, basándose en la ritualización cíclica de los
cambios (ying/yang). Cristianos y judíos piensan que la Humanidad ha
sido dotada para regir los destinos de la Tierra, o al menos para
compartir esta responsabilidad basada en el libre albedrío, aunque no
hablan de grandes cambios a escala global.
La Ciencia, armada con su parafernalia matemática y su conocimiento de
la naturaleza sí se siente capaz de interactuar totalmente con el
Universo. Y no solamente interactuar, sino también modificarlo. El
objetivo es aprovechar lo que éste nos proporciona y si es posible,
hacer cambios que nos resulten beneficiosos. La Ciencia se atreve a
intentar resolver lo que por otro lado ella misma o la irresponsabilidad
del Hombre ha provocado (agujero en la capa del ozono, cambios
climáticos), obtener energía de los recursos que están a nuestra
disposición, etc. Y quién sabe si en el futuro nos lanzaremos a
terraformar algún otro planeta, desmenuzaremos un asteroide o rodearemos
una estrella totalmente para aprovechar toda su energía (esfera de
Dyson). Ninguna religión ha planteado este nivel de interacción.
Sobre el propósito final de la existencia del universo, los budistas, en
su afán por cortar cualquier vínculo con algo que consideran ilusorio,
no pueden establecer ninguna relación entre el Hombre y lo que le rodea.
Por tanto, cualquier contacto ha ser evitado y el ciclo de los
renacimientos humanos debería ser alterado.
Para los hinduistas, es lícito un cierto aunque mínimo contacto con el
universo ya que es su capacidad cíclica la que gobierna el mundo.
Llegando aún más allá, los confucianistas creen que las leyes
universales deben ser obedecidas a toda costa. Para los cristianos, el
universo que podríamos calificar de extraterrestre es un lugar
inabarcable puesto que es en él donde reside la inmortalidad. La
respuesta islámica también preconiza un mínimo contacto con el universo
ya que, aunque las cosas tienen unas leyes de comportamiento propias, el
Hombre puede sentirlas y obedecerlas.
Los judíos se desmarcan de todo lo anterior preconizando una relación
con el universo cada vez más acusada. En el progreso humano a través de
la historia, el mundo físico es un paso más y conviene interactuar con
él.
La Ciencia sólo encuentra en el universo a un escenario a través del
cual la humanidad deberá expandirse. Por tanto, la existencia del
universo es, como mínimo, una buena razón para que la vida progrese y
alcance cotas aún inimaginables. Para que esto pueda lograrse, la vida,
como un ente frágil, debe ser protegida. Sólo así, con el paso del
tiempo, podrá colonizar todo lo que le rodea. Existen en todo ello
razones prácticas que apuntan simplemente hacia una necesidad de
supervivencia que la Ciencia quiere garantizar: dentro de 5.000 millones
de años, el Sol alcanzará la fase de gigante roja y acabará con todos
los planetas interiores del Sistema Solar. Si la humanidad quiere
prosperar algún tiempo más, deberá huir y convertirse en viajero
estelar. Es la total negación del “fin del mundo” impuesto por motivos
naturales.
LA VIDA
Sobre el origen y las condiciones de existencia de esta vida que
acabamos de mencionar, las religiones tampoco se ponen de acuerdo.
Budistas y confucianistas opinan que la vida está en este mundo para
sufrir, o al menos los humanos no tienen otro remedio que padecer debido
a la naturaleza de su entorno. Algo más optimistas, los hinduistas creen
en las castas, y por tanto, mientras ciertos hombres, gracias a una
herencia afortunada que afecta a toda su familia, viven en la Tierra con
cierta tranquilidad, otros pertenecen a una categoría en la que, por
desgracia para ellos, su único objetivo es sobrevivir.
La vida vista por los cristianos y los judíos es en principio desdichada
ya que el hombre nace con un pecado original. Por tanto, es necesaria la
existencia de un Dios que les permita salvarse. En cuanto al origen
bíblico del primer hombre, nos encontramos con dos respuestas
contradictorias, ambas en el Génesis: Adán nació después de la creación
del universo (1:1 a 2:4), pero también antes (2:4 a 3:24). En el Islam,
el primer hombre cometió un error, pero afortunadamente sus
descendientes no contraerían ese pecado moral original.
La Ciencia se encuentra muy lejos de todas estas visiones, ya que opina
que el Hombre es el resultado de la evolución. Ha aportado pruebas sobre
ello, y algunas religiones han acabado aceptando algunas de sus
conclusiones. El proceso exacto que nos ha llevado hasta nuestro estado
actual no está totalmente definido y contiene diferentes rasgos
(mutaciones aleatorias, selección natural...). Además, la Ciencia ha
investigado lo suficiente para darse cuenta de que la vida de los seres
superiores ha dependido de múltiples procesos más o menos casuales a
gran escala, como por ejemplo el aumento de la presencia de oxígeno en
una atmósfera primitiva que no lo tenía. Un examen a fondo de las
condiciones de habitabilidad del planeta descubre que el hombre habría
podido rozar la extinción si ciertos puntos de equilibrio a lo largo de
la historia se hubiesen roto (choques de cometas contra la Tierra,
catástrofes locales cuando su población era aún muy reducida...) o
incluso no llegar a aparecer nunca (preponderancia de los dinosaurios
ante los mamíferos, etc.).
En cuanto a las interacciones sociales con el resto de seres humanos o
los animales, ¿cómo debe comportarse el Hombre? Budistas e hinduistas
están de acuerdo en que tenemos que compadecernos por el sufrimiento de
los demás. Pero debe tratarse de una compasión pasiva ya que la
naturaleza del mundo impide hacer el bien, al menos de una forma
continuada.
Judíos e islámicos sí promulgan la necesidad de hacer el bien a nuestros
semejantes, pero sólo dentro de un régimen de carácter integrista. Hay
que hacerlo de la misma manera que Dios nos lo hace a nosotros. Los
libros sagrados contienen toda clase de reglas que describen claramente
cómo hay que hacer cada una de las acciones que deseemos emprender.
Los confucianistas prefieren no infligir a los demás lo que nosotros no
queramos que éstos nos inflijan a nosotros, y los cristianos dan la
vuelta a la frase diciendo que lo que queramos que los demás nos den,
démoslo nosotros a ellos.
Ante todo lo anterior, la Ciencia prefiere luchar. Todo aquello que
afecte a la vida de los humanos, si es negativo, debe combatirse. Las
condiciones de vida tienen que mejorarse continuamente y todo lo que nos
afecte y pueda perjudicarnos, debe ser resuelto. Así, si hay soluciones
técnicas para la miseria o el hambre, éstas deberán ser emprendidas, y
habrá que luchar también contra el deterioro del planeta (una constante
ecologista que en parte proviene de la aplicación desastrosa de algunos
avances científicos). La Ciencia, de hecho, camina hacia un extremo
fascinante: las enfermedades pueden ser resueltas o paliadas gracias a
la química y otras prácticas médicas, pero el futuro probablemente
reside en la manipulación genética que eliminará los riesgos de contraer
disfunciones muy peligrosas, como el cáncer, las enfermedades mentales,
etc. Disponer de las herramientas que permitan hacer esto es sin duda
delicado, sino peligroso, y es algo que deberá estar bajo control para
evitar otras ramificaciones menos loables.
¿Por qué estamos aquí y cuál debe ser nuestro comportamiento social?
Budistas e hinduistas nos dicen que el hombre debe cesar de desear como
un medio de detener el renacimiento, la evolución, lo que a su vez
permitirá alcanzar el Nirvana individual. En este aislacionismo, el
hinduismo enseña que no hay que achacar a la sociedad nuestros propios
problemas, exigiendo cambios que nos beneficien. El aceptar las
condiciones de vida, por miserables que sean, es lícito y deseable.
Judíos e islámicos promulgan una sociedad autoritaria, regida por leyes
integristas y que dejan poco espacio para el desarrollo personal, pero
tras la muerte, el premio será un Paraíso individual. Los
confucianistas, en cambio, prefieren la existencia de una sociedad
participativa (aunque voluntaria) con el objetivo último de que ello
proporcione la felicidad a todos. Los cristianos también invitan a la
participación y permiten un espectro más amplio de libertades
individuales. De nuevo, el Paraíso es el premio de los seguidores de la
religión.
La sociedad que la Ciencia preconiza, para lo cual trabaja activamente,
es una con capacidad de comunicación y definitivamente informada. La
vida no es sino, en este sentido, una premisa básica para el desarrollo
de la mente, que es la que realmente mueve el mundo y la que nos ha
traído hasta aquí, para bien o para mal.
LA MENTE
Las preguntas existenciales sobre la mente son, para Vallée, quizá las
más complejas y también las más interesantes. ¿Cuál es el origen de la
mente y del conocimiento? Para los budistas, no existen revelaciones
proporcionadas por los dioses, y por tanto no hay libros revelados. Así,
el origen primigenio del conocimiento que alimenta a la mente se debe
básicamente a la intuición. De manera similar, el hinduismo niega la
existencia de dogmas y por tanto de una doctrina completamente definida.
Ocurre todo lo contrario en la religión islámica, donde el conocimiento
básico ha sido dictado por Dios y reside en el libro sagrado del Corán.
Por eso mismo, no es posible hacer cambios en él. Judíos y cristianos
también trazan el origen del conocimiento en Dios, aunque éste se limita
a inspirar a los profetas, quienes se encargarán de ponerlo por escrito
y hacerlo comprender por los demás hombres.
La Ciencia, verdadera amante del conocimiento, cree que su ampliación
sólo es posible a través de la experimentación. Y aunque las
casualidades no se descartan, es de este modo, teoría, demostración y
práctica, que el conocimiento, y por tanto el enriquecimiento de la
mente, puede avanzar sin cesar. No es difícil comprobar que esto es
cierto ya que el saber humano ha seguido una evolución claramente
ascendente desde hace más de 10 millones de años, cuando abandonamos el
tronco principal de los homínidos. Ni los conocimientos del hombre
primitivo eran los de ahora ni los de la actualidad serán los del hombre
del mañana. La Ciencia, en su método, concede incluso la posible
existencia de varias explicaciones para un mismo fenómeno o proceso
natural: en ese caso, Vallée nos recuerda el concepto de la navaja de
Ockham: entre todas ellas, la más sencilla es la más probable.
Con sus investigaciones, la Ciencia ha localizado la unidad básica en la
que se almacena el conocimiento: la neurona cerebral. Las
características del cerebro, una compleja red de millones de neuronas
interconectadas, dan lugar a la existencia de la memoria y del
raciocinio.
Pero, la mente humana, ¿debe emprender alguna acción para modificar el
conocimiento? Para los budistas, éste crecerá con la simple meditación
pasiva. Para los hinduistas, en cambio, es mejor no desear y sentirse
satisfecho con el conocimiento actual. En el Islam, el crecimiento de
este último es bueno, aunque para ello no debe interferir ni entrar en
conflicto con las sagradas escrituras. Más proclives a la tolerancia
hacia el cambio, aunque ha habido excepciones, los cristianos aceptan la
existencia de un diálogo que sea capaz de criticar todo nuevo
conocimiento. Con ello es posible aceptar o refutar la nueva corriente
sin imposiciones por la fuerza. Para los judíos, todo es dialogable, y
para los confucianistas la razón es un paso fundamental para resolver
los problemas humanos.
La Ciencia considera que la única manera de avanzar en nuestro
conocimiento y hacer cambios realmente importantes es mediante la
actuación de los humanos como un grupo compacto e interdisciplinar. El
método científico se ha demostrado a sí mismo desde hace mucho tiempo; a
medida que se profundiza en el saber, es necesario no sólo el empleo de
la razón (y también, porqué no, de la inspiración) sino también la
comunicación entre los científicos, la colaboración, la realización de
experimentos, la formulación de teorías e hipótesis...
Por último, es lícito preguntarnos sobre el propósito del conocimiento y
de la mente. ¿Son realmente necesarios?
Budistas e hinduistas rechazan el nuevo conocimiento y por tanto éste no
sirve para nada. Su inclinación está muy relacionada con el fenómeno de
la reencarnación, que hay que evitar. En el Islam, la llegada de un
“nuevo conocimiento” implica una necesaria lectura de las escrituras
sagradas y, por tanto, una reinterpretación constante. En este sentido,
la ampliación del saber es bienvenida porque permite observarlas desde
nuevos puntos de vista, lo cual las enriquece.
Judíos y cristianos acabarán aceptando todo nuevo conocimiento que se
pruebe a sí mismo, pero no lo harán inmediatamente ya que siendo su
origen casi siempre científico no afectará normalmente a los pilares
principales de la religión, lo que reduce su importancia teológica. Los
confucianistas lo aceptarán también aunque para ellos su origen sea
externo.
Como no podía ser de otra manera, la Ciencia promulga una expansión
constante y completa del saber humano. Sólo así será posible explicar
las claves del universo. Al mismo tiempo, ampliar nuestros conocimientos
permite augurar estar cada vez más cerca de un algo “nuevo” desconocido,
o quizá aproximarse a la visión completa de un todo ahora apreciado de
manera sólo parcial. En esta carrera por el crecimiento intelectual, no
puede descartarse usar medios no totalmente propios. Sería aceptable,
por ejemplo, asimilar aquello que una civilización extraterrestre más
avanzada pueda transmitirnos.
En realidad, si existen otros planetas habitados en la galaxia o más
allá, y si éstos han formado a su vez redes galácticas para compartir y
mejorar el conocimiento global, superando los límites intrínsecos de
cada especie, el Hombre no puede rechazar continuar creciendo o se
arriesga, cuando llegue el momento, a quedar apartado de la comunidad,
en una especie de tercer mundo que lentamente se fosiliza y acaba por
desaparecer ante los nuevos retos que puedan surgir a escala cósmica
(por ejemplo, la evolución y el futuro más o menos catastrófico del
universo).
La fascinación real de la Ciencia es probablemente la sensación que
transmite de que todo lo que hace es un trabajo no finalizado,
provisional, aunque funcione. En cualquier momento puede surgir una
nueva fuerza fundamental desconocida (o quizá la unificación de todas
ellas), una solución a un problema que antes no se había planteado, o un
descubrimiento de tal calibre que cambie nuestro concepto global del
Cosmos. Quizá incluso uno que entierre religiones y cree otras nuevas.
Vallée concluye su trabajo diciendo que las religiones suelen encontrar
respuestas simples a las preguntas existenciales. Deben ser comprendidas
fácilmente y asimiladas sin dificultad por sus seguidores. Pero la
realidad es muy otra: el universo es mucho más complejo e incomprensible
de lo que querríamos y mientras ahondemos en él, encontraremos
respuestas aparentemente contradictorias y otras que dejarán de ser
válidas de manera paulatina. Es probable que la religión del siglo XXI,
una que quizá tenga un cierto éxito, sea aquella que ponga al día las
“respuestas” a las preguntas existenciales que torturan al ser humano
desde hace milenios, permitiéndole afrontar con confianza los retos de
un futuro que mira más hacia el exterior que hacia nuestro planeta.
(Copyright 2007 Víctor Arenas) |