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Lanzadera Espacial.
STS-107 Columbia

24 de Febrero de 2003.

Foto: NASALa investigación del accidente del Columbia prosigue lentamente, aumentando el nivel de detalle del que disponemos sobre los sucesos acaecidos durante la reentrada de la astronave en la atmósfera, aunque sigue sin conocerse con seguridad cuál puede haber sido la causa prinicipal de lo ocurrido.

Tanto la telemetría como el análisis de las evidencias disponibles hasta el momento confirman la existencia de una brecha en el ala izquierda, cuyo tamaño pudo ser, al principio, tan pequeña como la cabeza de un alfiler, pero suficiente como para permitir la penetración de plasma súper-caliente en su interior. Si esto es así, podemos especular que la entrada de estos gases, que aumentaron la temperatura de la zona de almacenamiento del tren de aterrizaje, modificó el comportamiento aerodinámico del ala provocando una resistencia superior a la normal y por tanto la actuación activísima de las superficies de control y del sistema de propulsión auxiliar.

Los datos telemétricos recibidos con posterioridad a la pérdida oficial de comunicaciones confirman que la mayor parte de los subsistemas del vehículo continuaban funcionando perfectamente, pero que el Columbia parecía estar perdiendo la batalla ante las fuerzas crecientes que actuaban sobre él, tratando de torcer su trayectoria. La pérdida definitiva de este control debió ser la causa de la destrucción de la nave. Durante estos 30 últimos segundos de lucha contra los elementos, la tripulación del transbordador debió ser consciente de lo que pasaba, puesto que su habitáculo permaneció intacto. Sus ordenadores funcionaban, y sus unidades de energía auxiliar (APUs) también, pero el sistema hidráulico perdió presión debido a la rotura del ala, una situación sobre la que debieron ser advertidos por las computadoras.

En estos momentos, y aunque la investigación no descarta todavía nada, ni siquiera el sabotaje, los expertos centran sus esfuerzos en estudiar qué pudo provocar la perforación del ala y la consecuente entrada de plasma en ella. Se barajan aquí diversas posibilidades, algunas más probables que otras, como el impacto de un pequeño meteorito, el choque contra un fragmento de chatarra espacial, o la ya famosa caída de espuma aislante del tanque externo durante el lanzamiento.

Los análisis del video del despegue parecen sugerir ahora que fueron no uno sino hasta tres los fragmentos que cayeron desde el citado tanque de combustible, sugiriendo algún defecto en su fabricación. El tanque externo utilizado es uno de los dos de estructura ligera que quedaban en el inventario de la NASA. Los transbordadores que van a la estación internacional utilizan un modelo súper-ligero más avanzado, de manera que los otros, más antiguos, se emplean sólo cuando la misión no tiene limitaciones de carga útil tan estrictas. Sólo resta uno de estos tanques ligeros en tierra, de manera que la comisión investigadora Gehman ya ha bloqueado su manipulación, pues podría aportar pistas sobre lo sucedido. Será cuidadosamente examinado, y verificadas las técnicas de su fabricación.

Los especialistas están investigando de qué modo la caída de los restos de espuma, con la participación o no de hielo, pudo llegar a influir en los posteriores acontecimientos. Algunos especulan que un impacto en el borde de ataque del ala, o sobre la zona donde se encuentra la junta de sellado de la compuerta del tren de aterrizaje, pudo desprender unas pocas losetas térmicas. Esto habría modificado el comportamiento del aire durante la reentrada, creando turbulencias que propiciaran la caída de más losetas, exponiendo, ahora sí de forma peligrosa, la superficie de la estructura del ala a los rigores del descenso, y provocando la aparición de una brecha.

La NASA afirmó inicialmente que el impacto de la espuma aislante no tendría que haber sido un problema terminal, la raíz de la pérdida del vehículo, pero ahora se ha concedido que serán necesarias más investigaciones al respecto. Paralelamente, se ha dado a conocer la existencia de mensajes internos que manifestaban una cierta preocupación sobre las consecuencias de dichos impactos. Más allá de temer una catástrofe, se ponía en duda qué efecto podría tener sobre los neumáticos del tren de aterrizaje del ala izquierda. Una calentamiento superior al habitual podría provocar su estallido y con ello un accidente cuando intentase posarse sobre la pista.

Se ha confirmado también, gracias al radar, que el Columbia ya estaba sufriendo las consecuencias de sus problemas sobre el Pacífico, y que las primeras piezas confirmadas por testigos habrían caído cuando sobrevolaba la costa de California. Sería interesante localizar estas piezas, pero va a ser muy difícil. Podrían ser tan pequeñas que se consumieron durante el descenso.

El 20 de febrero, se habían llevado al Kennedy Space Center unas 11 toneladas de restos del Columbia, aproximadamente un 11 por ciento del vehículo. Las 5.600 piezas están siendo clasificadas y catalogadas lentamente, puesto que de su identificación depende que puedan continuar descubriéndose pruebas de lo sucedido.

Además de los lugares ya conocidos, las autoridades están tratando de encontrar otros en los que los restos podrían haber caído, pasando desapercibidos por su carácter remoto o inaccesible. Para ello, se están utilizando todo tipo de técnicas de análisis, con la participación de expertos militares y civiles. Así, se están usando datos de radar, datos infrasónicos, etc., y sobre todo fotografías y videos proporcionados por aficionados. Son examinados para determinar ángulos, perspectivas, y tiempos, de manera que sea posible integrarlos en la visión general de la trayectoria final de la nave. A partir de aquí se puede calcular la probabilidad de que un resto haya caído en un lugar o en otro, en función de parámetros tales como la densidad atmosférica, tamaño del objeto, vientos... Este proceso reducirá la superficie total a explorar.

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