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¿Se Va a Congelar Europa?
28 de Febrero de 2002.
Una de las posibles consecuencias que podría emerger de la actual tendencia hacia un calentamiento global de la Tierra es que buena parte de Europa, sustraídos los patrones de corrientes oceánicas que ayudan a mantenerla aliente, penetre en un proceso de enfriamiento profundo que convierta a su clima en uno muy parecido al que se puede encontrar hoy en día en Alaska.
Los análisis realizados por científicos de la Oregon State University no aseguran que algo así llegue a ocurrir, pero sí revelan que hay posibilidades razonables de que suceda, lo cual ya es suficiente para causar una gran preocupación.
Para contestar con mayor precisión a preguntas como ésta los investigadores dependen de sus modelos por ordenador. En este campo hay disponibles diferentes modelos, y por tanto los resultados también son distintos.
Lo que parece claro, según Peter Clark, un experto en glaciares y cambios climáticos prehistóricos, es que si los patrones de circulación oceánica que ahora calientan buena parte del Atlántico Norte disminuyen su actividad o se detienen completamente, las consecuencias serán muy severas para Europa. Es algo que, además, podría ocurrir mucho más rápidamente de lo que muchos creemos.
La gran variable en esta ecuación particular es si los cambios en la temperatura global y los patrones de precipitación pueden o no afectar a la gigantesca "cinta transportadora" de agua caliente y poco salada que procede del Atlántico tropical y que paulatinamente se va enfriando y haciéndose más salada en el norte, lo que provoca que se hunda y gire hacia el sur, propiciando una circulación continua.
Este proceso sólo ocurre en dos regiones de las áreas polares terrestres, pero es responsable de una buena parte de la circulación oceánica, incluyendo las corrientes esenciales que ayudan a mantener calientes a regiones de Norteamérica y Europa (al menos mucho más calientes de lo que estarían en función de la alta latitud a la que se encuentran). Tengamos en cuenta, por ejemplo, que la mayor parte de Gran Bretaña se encuentra a la misma latitud que el Canadá central.
Se trata también de un proceso que no es inmutable. Recientes investigaciones sugieren que pudo haber fluctuado e incluso haberse detenido varias veces en el pasado. Su comportamiento es muy sensible a los cambios de temperatura, porque el agua salada que ahora se hunde en el Atlántico norte no lo haría si estuviera algo más caliente o algo menos salada, lo que interrumpiría la circulación. Este cambio puede ocurrir de forma drástica, no en plazos de miles de años sino de décadas.
En otras palabras, una vez se ha "echado" el frenado, el flujo reducirá su velocidad cada vez más rápido hasta pararse totalmente.
Los cambios climáticos más abruptos en la historia de la Tierra, de hasta 15 grados en pocas décadas o incluso menos, han ocurrido durante los periodos glaciales, cuando grandes placas de hielo avanzaron desde las regiones polares hasta zonas tan al sur como Nueva York. Los científicos creen que estas fluctuaciones salvajes de la temperatura, durante la última glaciación, pudieron retrasar la evolución y el desarrollo de los humanos como especie, que en cambio tuvieron que luchar para sobrevivir en un ambiente de condiciones rápidamente cambiantes.
Podemos decir que nos encontramos en un período interglaciar, pero éste podría acercarse a su final. El calentamiento global estaría simplemente retrasando lo inevitable. Se sabe que los períodos interglaciares tienen unos 10.000 años de duración, y que son seguidos por edades del hielo de 90.000 años. El actual período ya habría superado los 10.000 años.
La paradoja radica en que, el mismo efecto invernadero que puede estar retrasando la llegada de la próxima glaciación, podría llegar a tener el efecto contrario en Europa debido a su influencia en las corrientes oceánicas del Atlántico.
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