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Asteroides y Tsunamis
18 de Marzo de 2003.
La caída de un gran asteroide en el océano, además de provocar un desastre ecológico, puede ocasionar una enorme ola (tsunami) capaz de barrer las costas de las tierras emergidas a miles de kilómetros de distancia. Estos acontecimientos, afortunadamente, son raros en la historia de la Tierra, pero los científicos se preguntan qué ocurre cuando los asteroides son más pequeños (y más frecuentes).
Según H. Jay Melosh, de la University of Arizona, no tenemos por qué preocuparnos. Los tsunamis generados por el impacto de pequeños asteroides (menores de 1 km de diámetro) son un peligro mucho menor de lo esperado. Melosh basa su conclusión en evidencias geológicas terrestres y en un estudio realizado por la U.S. Office of Naval Research en 1968.
Son buenas noticias, ya que además de disminuir el peligro para los habitantes de las zonas costeras, también nos ahorraremos dinero en la búsqueda sistemática de este tipo de objetos extraterrestres.
Hasta ahora, los científicos creían que los asteroides de más 100 metros de diámetro podían representar un riesgo serio debido a su capacidad de generar grandes y destructoras olas oceánicas (los llamados tsunamis), un fenómeno que podría ocurrir una vez cada 250 años. Pero no todo el mundo estaba convencido de ello. El astrofísico J. Mayo Greenberg, del Leiden Observatory y ya fallecido, dijo en 1993 que los ciudadanos holandeses, cuyo territorio se encuentra por debajo del nivel del mar, no han sufrido ningún tsunami durante los últimos mil años.
Melosh visitó Ámsterdam en 1996 y obtuvo información adicional de varios geólogos locales, quienes habían hecho perforaciones en la roca del delta del río Rhine, obteniendo así registros geológicos de los últimos 10.000 años. Según este registro, sólo se produjo un gran tsunami hace 7.000 años. Pero su origen no fue el impacto de un asteroide, sino un corrimiento de tierras gigante que se produjo en la costa noruega.
El peligro de los asteroides pequeños como generadores de terribles olas oceánicas ha sido pues exagerado en exceso. De hecho, la conclusión de Melosh no hace sino confirmar un estudio realizado en 1968 por la U.S. Office of Naval Research. En esa época, se redactó un informe que resumía varias décadas de investigaciones sobre el riesgo que suponían las olas generadas por las explosiones nucleares. Diversos experimentos en 1965-66, en el lago Mono de California, demostraron que las olas producidas por bombas o meteoros eran mucho menores que las provocadas por terremotos. Una buena parte de la energía se disipa antes de que las olas alcancen la costa, sobre todo si el lugar de impacto tiene una gran profundidad. El informe de 1968, sin embargo, permaneció secreto hasta su publicación en 2002.
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