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Arqueología
Arqueología de Altura
16 de Abril de 2004.
En
ocasiones, la historia se niega a ser revelada. Templos ocultos en la
espesura de la jungla; antiguos caminos bajo las arenas del desierto… La
búsqueda de nuevos lugares de interés arqueológico tiene un particular
interés, no sólo por lo que puedan aportar, sino porque si no sabemos
que existen, corren peligro de ser destruidos de forma involuntaria. Con
el objetivo de realizar exploraciones sistemáticas, los arqueólogos
emplearán potentes radares aéreos que les ayudarán a encontrar lo
inencontrable.
La arqueología es una ciencia lenta. En una búsqueda convencional, los
profesionales y aficionados cubren un área determinada a pie, realizando
frecuentemente agujeros para ver lo que hay debajo del suelo. Tales
actividades, además de caras, no siempre resultan premiadas por el
éxito.
Para reducir su coste y aumentar la velocidad de las prospecciones, los
expertos han acudido a la tecnología. El año pasado, el geólogo Ronald
Blom, del Jet Propulsion Laboratory, y Douglas Comer, arqueólogo,
empezaron a investigar la posibilidad de usar un tipo especial de radar
avanzado, ya disponible.
Para probar la idea, se dirigieron a la isla San Clemente, donde no
existen ciudades antiguas, ni templos ni monumentos. Sin embargo, esta
estrecha isla de 40 km de largo, situada frente a la costa de San Diego,
mantiene evidencias de la presencia primitiva de indígenas, cientos y
miles de años antes de la llegada de los españoles en el siglo XVIII.
A lo largo de varios milenios, la isla fue ocupada de forma
intermitente. Los lugares arqueológicos de San Clemente suelen tener
entre 10 y 20 metros de diámetro y están marcados por suelo rico y
orgánico, producido por los restos de comida y los fuegos de acampada
que se realizaban. También se encuentran fragmentos de rocas que se
usaron como herramientas, y concentraciones de conchas marinas, que se
tiraban después de la comida.
A menudo el signo más visible de que estamos en un lugar arqueológico es
un cambio en la vegetación, debido a la existencia de suelos ricos.
Además, pequeños montículos o depresiones pueden indicar los puntos en
los que la gente vivía y trabajaba.
Los investigadores empezaron analizando los lugares arqueológicos
conocidos mediante la vieja técnica de la exploración a pie. Después,
obtuvieron datos del mismo territorio a través de un radar llamado
Airsar (radar de apertura sintética aéreo). Estos aparatos no son nuevos
para la arqueología, pues un radar semejante, en los años 90, reveló una
sección desconocida de la antigua ciudad de Angkor, en Camboya.
Los científicos pretenden comparar los resultados enviados por el radar
con los obtenidos directamente en el suelo, para determinar si los
primeros pueden ser suficientes para proporcionar pistas claras y
determinantes de la existencia de lugares arqueológicos ignorados hasta
la fecha.
El radar es particularmente bueno en la descripción del entorno físico y
en detectar cambios con respecto a los alrededores, en especial cambios
producidos por el Hombre. Funciona enviando pulsos de ondas de radio y
recogiendo los ecos. El Airsar es único porque puede enviar ondas de
radio en tres diferentes longitudes de onda, y polarizarlas tanto
vertical como horizontalmente. Por ejemplo, en San Clemente parecen
funcionar mejor las ondas de longitud corta, porque son más aptas para
detectar estructuras pequeñas, que es lo que predomina en esta zona. Las
diferentes polarizaciones, por su parte, nos ayudan a caracterizar la
forma de los objetos y a distinguir entre tipos de vegetación.
Las pruebas con el Airsar sobre San Clemente demuestran que es posible
encontrar con él nuevos puntos de interés arqueológico. Ahora el
objetivo es mejorar la técnica para descartar falsos positivos y extraer
la máxima información posible de las imágenes.
Información adicional en:
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