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En los primeros años de la Carrera Espacial (1957-1975)
dos hombres trabajaron en la demostración y aceptación de una teoría
científicamente simple pero socialmente escabrosa: que las mujeres
podrían, de manera innata, estar mejor capacitadas para los viajes
espaciales que los hombres. Demostraron la validez científica de la alta
valía de la mujer para el viaje espacial, pero por culpa de la
tradicional discriminación hacia la mujer, esa visión de ellas como
astronautas eficaces fue acallada y arrinconada.
No debe sorprendernos. En 1960, la idea que se tenía sobre la presencia
de la mujer en el espacio era muy distinta de la actual. El papel que
por entonces tenía la mujer en la sociedad de naciones hoy mucho más
igualitarias no ayudaba. El 75 por ciento de las mujeres estadounidenses
no trabajaba fuera de casa, y les estaba vedada la carrera militar
aérea. Estando casadas, se les pedía el permiso del marido si
solicitaban un préstamo bancario, compraban inmuebles, automóviles e
incluso grandes electrodomésticos como neveras. A pesar de esta injusta
y anómala situación, un cirujano educado en la Universidad Harvard, y un
general de la Fuerza Aérea Estadounidense, se ocuparon de investigar si,
desde una perspectiva puramente biológica, las mujeres eran adecuadas
para los vuelos espaciales.
En 1957, la Unión Soviética lanzó el satélite no tripulado Sputnik 1, la
primera nave espacial de la humanidad, iniciando de este modo la Era
Espacial y comenzando también la Carrera Espacial entre EE.UU. y la
URSS, las dos superpotencias. En el año siguiente, el gobierno
estadounidense estableció la NASA, y en Abril de 1959 ésta introdujo a
los siete hombres que constituirían el primer grupo de astronautas
estadounidenses, conocido popularmente como "Los Siete del Mercury" o
"Los Siete Magníficos". Individualmente, los astronautas del programa
Mercury realizaron seis vuelos espaciales entre 1961 y 1963, de los
cuales dos fueron suborbitales, es decir una altitud de 100 kilómetros
sobre la superficie terrestre. En 1962, John Glenn se convirtió en el
primer estadounidense en orbitar la Tierra.
En algún momento, antes de mediados de la década de 1950, dos hombres
habían comenzado a debatir seriamente la posibilidad de enviar al
espacio a una mujer en vez de a un hombre. Uno de estos dos expertos fue
William R. ("Randy") Lovelace, II, un médico educado en Harvard,
cirujano y fisiólogo especializado en medicina aeroespacial. Durante sus
años en la Clínica Mayo, Lovelace codesarrolló la muy necesaria
mascarilla que suministra oxígeno a los pilotos durante vuelos a gran
altura. En ese momento, las cabinas de los aviones no estaban
presurizadas, lo cual propiciaba que los pilotos cometieran errores y
sufrieran accidentes, como consecuencia de la hipoxia.
Al terminar su etapa en la Clínica Mayo, Lovelace estableció la
Fundación privada Lovelace para la Educación e Investigación Médicas,
que recibió contratos del gobierno estadounidense durante los años 50
para llevar a cabo investigaciones aeroespaciales. Lovelace se
encontraba también en el equipo de expertos que elaboró los criterios
fisiológicos, médicos y psicológicos por los cuales los candidatos a
astronautas fueron evaluados y seleccionados, incluyendo el equipo de
“Los Siete del Mercury”.
El general Donald Flickinger, jefe de Bioastronáutica en el Comando de
Investigación y Desarrollo Aéreos de la Fuerza Aérea (ARDC), fue miembro
del Comité Asesor Especial en Ciencias de la Vida de la NASA y un amigo
y colaborador de Lovelace. En 1959 Flickinger estableció el programa
WISE (Woman in Space Earliest) en el ARDC. A partir de entonces, él y
Lovelace comenzaron a contemplar planes para someter a pruebas a mujeres
candidatas a astronautas.
Su propuesta se basaba exclusivamente en la fisiología y en las
cuestiones prácticas. Tenían claro que el peso corporal de las mujeres,
más ligero que el de los hombres, reduciría la cantidad de combustible
de propulsión utilizado para impulsar la carga del cohete, y que las
mujeres necesitarían menos oxígeno auxiliar que los hombres. También
sabían que las mujeres sufrían menos ataques al corazón que los hombres
y se pensaba que sus sistemas reproductivos eran menos susceptibles a la
radiación que los de los hombres. Por último, los datos preliminares
sugerían que las mujeres soportarían mejor que los hombres el estar en
espacios estrechos, como los de las cápsulas espaciales de aquellos
años, y también el aislamiento prolongado.
Antes de que las pruebas de aptitud del programa WISE pudieran comenzar,
la Fuerza Aérea anunció que no impulsaría el programa. En respuesta,
Lovelace estableció una iniciativa con fondos privados, el Programa
Mujer en el Espacio, en 1959. Un total de 19 mujeres se inscribieron. La
mayoría de ellas había sido seleccionada en academias de vuelo.
Las mujeres se sometieron a pruebas idénticas a las preparadas para los
candidatos masculinos. Al final, el 68 por ciento de las mujeres aprobó
"sin reservas médicas", en comparación con el 56 por ciento de los
hombres. Las 13 mujeres que aprobaron fueron conocidas como "Las Trece
del Mercury" (por analogía con "Los Siete del Mercury", los primeros
astronautas estadounidenses). Esas 13 mujeres fueron: Bernice “Bea”
Steadman, Janey Hart, Geraldine “Jerri” Sloan Truhill, Rhea Allison
Woltman, Sarah Lee Gorelick Ratley, Jan Dietrich, Marion Dietrich,
Myrtle Cagle, Irene Leverton, Gene Nora Jessen, Jean Hixson, Wally Funk
y Geraldyn “Jerrie” Cobb.
Los datos recogidos de estas mujeres sobre sus pruebas fisiológicas
nunca fueron publicados y aparentemente se extraviaron.
Sin embargo, una investigación realizada por Kathy Ryan, Jack Loeppky y
Donald Kilgore, ha logrado sacar a la luz interesantes datos sobre esta
historia.
Loeppky, uno de los autores de esta investigación reciente, había
trabajado con Ulrich Luft, un eminente fisiólogo que les había realizado
los tests originales de capacidad aeróbica de ejercicio a los candidatos
a astronauta tanto femeninos como masculinos. Por primera vez, se ha
presentado públicamente un resumen de estos datos fisiológicos,
demostrando que la capacidad aeróbica de las cuatro mujeres con mayores
aptitudes era comparable a la de los mejores pilotos masculinos de la
época.
Jerrie Cobb fue la primera mujer en ser voluntaria para el programa.
Habiendo realizado un vuelo con tan sólo 12 años de edad, logró
numerosos récords aeronáuticos mundiales de velocidad, distancia y
altitud, y había acumulado más de 10.000 horas de vuelo. De los
astronautas de “Los Siete del Mercury”, John Glenn era el que tenía la
mayor experiencia de vuelo con un total de 5.100 horas, la mitad de las
de su rival femenina.
Cobb se había sometido a una batería estándar de pruebas de personalidad
y de inteligencia, análisis neurológicos, EEGs y entrevistas
psiquiátricas. En el último día de las pruebas avanzadas, fue sumergida
en un tanque de aislamiento insonorizado, lleno de agua fría, con el fin
de inducirle la privación sensorial total. Teniendo en cuenta las
experiencias anteriores en varios cientos de sujetos, se consideraba que
seis horas era el límite absoluto de tolerancia para el experimento
antes de la aparición de alucinaciones. Cobb, sin embargo, pasó más de
nueve horas en el agua, antes de que el personal diera por terminado el
experimento.
En total, Cobb había demostrado estar en la cima del 2 por ciento de
todos los candidatos sometidos a prueba, masculinos y femeninos. En Mayo
de 1961, Cobb recibió una invitación informal para someterse a
entrenamientos de simulación de vuelo espacial en la Escuela Naval de
Medicina de Aviación de EE.UU., en Pensacola, Florida. Después de diez
días de pruebas, había obtenido calificaciones tan buenas como las de
los más experimentados pilotos masculinos de la Marina, y se hicieron
planes para poner a prueba a las 12 mujeres restantes.
Jackie Cochran era la líder de las aviadoras estadounidenses en 1960.
Durante la Segunda Guerra Mundial, fundó y dirigió el Servicio de la
Mujer Piloto de la Fuerza Aérea (WASP) para impulsar la labor de mujeres
pilotando aviones militares dentro del territorio aéreo nacional
(liberando por lo tanto de la tarea a los hombres para que así pudieran
prestar sus servicios como pilotos de combate). En 1953, fue la primera
mujer en romper la barrera del sonido. A pesar de que sabía del proyecto
Mujer en el Espacio, y de no reunir todos los requisitos para las
pruebas, creía que había sido privada de un papel de liderazgo que le
correspondía en aquel programa. Al final, sin embargo, ella y su esposo
accedieron a financiar las pruebas de Pensacola para las 12 mujeres.
A pesar de la financiación de Cochran y de los prometedores resultados,
las pruebas de Pensacola no fueron autorizadas y los militares no
pudieron seguir adelante. Lovelace ya no pudo continuar con el programa
WISE. Cobb asumió el liderazgo de facto de las mujeres y comenzó a
realizar denodados esfuerzos para convencer a las autoridades de la
valía de las mujeres para los vuelos espaciales. En una reunión con el
entonces vicepresidente Lyndon Johnson, él le expresó que no apoyaría el
programa. Amargada por su experiencia, Jerrie Cobb continuó luchando
hasta 1965. Durante los cinco años siguientes, voló en operaciones
humanitarias por el territorio del Amazonas, y en 1980 fue nominada para
el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos.
Sería más de 30 años después de las pruebas de aptitud de las Trece del
Mercury, en que 11 de aquellas 13 mujeres volverían a reunirse. Esta
vez, en 1995, fueron a ver a la astronauta Eileen Collins pilotar el
transbordador espacial Discovery en el primer vuelo del Programa
Espacial Conjunto Ruso-Estadounidense.
La labor visionaria de Lovelace y Flickinger al lanzar el programa de la
Mujer en el Espacio en 1959 fue meritoria no sólo desde el punto de
vista científico sino también desde el social y el ético. |